13 Dic La política como espectáculo
Tuvo lugar hace ya unos días, pero provocó un interesante debate entre quienes formamos parte de Woll Consultores. Fue tras observar el mitin-espectáculo con el que el PSOE escenificó la creación de la Ley de Economía Sostenible, que pretende solucionar normativamente los problemas más acuciantes de este país. El lema era Nuevas Energías y lo que más llamó la atención fue el novedoso concepto de aquel encuentro, más cercano a un programa de entretenimiento que a un mitin político. Desde luego, fue una puesta en escena innovadora con tres presentadores que, con indisimulado fervor, conectaban con el auditorio desde tres puntos distintos, todos en el mismo centro de convenciones donde tenía lugar el show, para entrevistar a los políticos participantes, justo antes de que éstos enfilaran una larga alfombra roja hacia el escenario. Una banda de músicos en directo daba ritmo a la entrada de los ponentes mientras los presentadores anunciaban con pasión la llegada de, por ejemplo “la ministra que nos va a sacar de la crisis”, al tiempo que Salgado enfilaba el escenario. Puro espectáculo en el que algunos protagonistas parecían más cómodos que otros.
Lo cierto es que al acto tuvo una importante repercusión mediática, más centrada en la forma que en el fondo del mitin, todo hay que decirlo, y hubo opiniones para todos los gustos en torno a su conveniencia o no. Pero en Woll, al margen de si el acto gustó más o menos, el debate giró en torno a si estábamos asistiendo al futuro de la comunicación política.
No hay duda de que cualquier mitin político, si es bueno, debe tener un claro componente teatral. Los profesores Dader y Muñoz tratan este asunto en un estupendo tratado cuyo título no puede ser más orientativo: Opinión Pública y Comunicación Política, en donde destacan que la comunicación política debe ser estudiada de un modo estético, donde más importante que la confrontación de ideas es “el placer sin esfuerzo de ser espectadores de actividades fascinantes”. Según esta teoría el show estaría plenamente justificado en un acto en el que se exhibieron personas pero no ideas, y en el que política y espectáculo se convierten en términos equiparables.
Otro autor, Giovanni Sartori, alerta en su ensayo Homo videns del peligro de que los ciudadanos nos convirtamos en electores teleguiados, sensibles sólo al efecto de la imagen y los efectos visuales. Según Sartori, la saturación televisiva a la que nos entregamos hace ya mucho tiempo, nos lleva a tomar decisiones que no están basadas en la reflexión o en el raciocinio sino en estímulos visuales o en la telegenia de quien aparece en la pantalla. Es el advenimiento del videolíder. Otro argumento a favor de la política-espectáculo.
Sin dejar de estar de acuerdo en su conjunto con Sartori o con Dader y Muñoz creemos que hay un matiz importante que corre peligro en este tipo de actos y que es el más importante de todos los que puede atesorar un partido político o un candidato con aspiraciones: la credibilidad. Desde luego, no tiene credibilidad la recreación de un programa de televisión más cercano a la entrega de los Oscar que a un acontecimiento político que necesitaba de otro tipo de envoltura, no menos espectacular, pero algo más creíble.
Y eso que estamos de acuerdo en que el futuro de los actos políticos de masas pasa por la explotación audiovisual del candidato y la telegenia, y por convertir los mítines en una experiencia que vaya más allá de escuchar a un señor detrás de un atril. Estamos de acuerdo incluso con que el mensaje quede sublimado por la imagen en un momento dado. Sin embargo, hay que salvaguardar en todo momento el rigor y la credibilidad del líder, que en el caso del mitin socialista quedó expuesto ante una puesta en escena excesivamente frívola.
Insistimos en que desde el punto de vista de la repercusión mediática fue un éxito, pero la mayoría de los medios que dedicaron editoriales al asunto lo hicieron para descalificar un evento que resultó demasiado artificial. Volviendo a Sartori: “…la cultura de la imagen es portadora de mensajes candentes que agitan nuestras emociones, encienden nuestros sentimientos, excitan nuestros sentidos y, en definitiva, nos apasionan.” Son tiempos de videopolítica, pero ésta no puede perder su apariencia verídica.