15 Jun ¿Pero quién era Spiro Agnew?
En 1968 Spiro Agnew era un auténtico desconocido, salvo para los muy estadounidenses ciudadanos de Maryland que le habían votado como gobernador dos años antes y para Richard Nixon que lo eligió como candidato a vicepresidente de cara a los comicios de 1969. Nixon ganó aquellas elecciones, pero me atrevo a dudar de que fuera gracias a la aportación de Agnew: Más bien a pesar de él y de la demoledora campaña que le dedicaron sus rivales y en la que sobre todo destacó un anuncio, tan sencillo como efectivo.
El spot es un clásico de estudio para los expertos en imagen pública. En la pantalla se observa la esquina de un televisor, y de fondo surge una risa contagiosa, profunda que se hace mayor a medida que se abre el plano sobre el aparato para terminar en una tos profunda, estentórea, provocada por la carcajada. El texto sobre la pantalla reza: “¿Spiro Agnew, vicepresidente?”. Ante la segura sonrisa, casi refleja, que provoca el anuncio en el televidente se añade la frase que da la puntilla al pobre candidato: “Sería divertido, si no fuese algo tan serio.” La campaña dio tanto que hablar que aún se pueden encontrar versiones de ella en procesos electorales mucho más modernos.
Los expertos en comunicación temen sólo a una cosa más que a la mala imagen de su candidato: y es al desconocimiento de su candidato. A los asesores de Agnew no les dio tiempo a mostrar la personalidad de su aspirante a la vicepresidencia. Era una incógnita, un tipo que se había colado en una fiesta a la que nadie le había invitado. Era en definitiva, una presa fácil para la oposición que pudo caricaturizarle inmediatamente.
Podemos observar casos parecidos ante la llegada de una estrella emergente en cualquier faceta pública: la política, el deporte, la empresa… Los asesores se esfuerzan en dar a conocer al recién llegado lo más rápidamente posible y confeccionan para él una personalidad coherente con su aspecto y su forma de expresarse, rápidamente hacen públicas sus ideas y sus aficiones, sus lecturas, pasatiempos, formación académica… Todo ello debe conformar una personalidad pública que muchas veces no se corresponde completamente con la privada, con la que es real al fin y al cabo, pero ¿conocemos a alguien cuya imagen sea fiel reflejo de su personalidad?
Una de los ejercicios más difíciles de asimilar para quienes asisten a talleres de comunicación es el de definir y, a la postre, aceptar su imagen pública. Es difícil entender que en muchos aspectos ésta no coincida con la que ellos consideran que es su personalidad real y mucho menos con la imagen que quieren trasladar al público. De nuevo hay que razonar con una pregunta: ¿Se corresponde nuestra imagen pública con la que nos gustaría que se percibiese entre los demás? La respuesta es casi siempre no. La personalidad pública se dibuja con trazo grueso, para que sea fácilmente reconocible, y encaje con rapidez en estereotipos positivos. Apenas hay lugar para los matices que son, al fin y al cabo, lo que nos distingue a unos de otros.
Spiro Agnew sobrevivió políticamente a su anónima irrupción en la escena política y juró como vicepresidente de Estados Unidos tras las elecciones del 68, pero su imagen pública no pudo resistir al descrédito apenas cinco años después, acusado de aceptar sobornos, de estar implicado en el caso “Watergate” y sacrificado por un Presidente que trataba de escurrir el bulto por encima de todo, Richard Nixon, conocido también como “Nixon el mentiroso”. Definitivamente, aquellos no eran buenos tiempos para la imagen pública.